Tomo de las oraciones vol. I: concordia
El chico se arrodilló. Bajo él, un lecho de cómoda hierba verde salvaguardaba con dulzura la blanca y fina piel del joven.
Tan pronto como recuperó el aliento, alzó la mirada al cielo. Una lágrima descendió de su cara. Implorando a los cielos, el chico comenzó a sollozar, rogando por el auxilio de la diosa.
De pronto, el cielo pareció abrirse ante él. Una luz fulgurante, cual pasarela celestial, descendió del paraíso hasta el mundo terrenal, y justo delante del joven, se materializó una figura tan bella, tan diáfana, tan celestial que tan solo un resplandor cegador de luz era visible al ojo humano.
La imagen tocó la cara del chico, alzándola.
“¿Cuál es tu tremendo pesar, que no dudas en reclamar la sabiduría de los dioses?”
-Iluminación, no es otra cosa la que busco. ¿Cómo puede ser posible que yo, vulgar muchacho, haya recibido la bendición de los dioses? ¡Le ruego, por favor, que de respuesta a la pregunta que esta atormentando mi alma!
La diosa guardó silencio, expectante.
-Mi vida nunca ha sido iluminada por el bien. No he hecho nada que pueda ser merecedor de este regalo. Indicio alguno no hay en toda mi existencia que pueda provocar la más mínima misericordia en los templados corazones de las divinidades que reinan en el cielo.
Así pues, ¿qué condenada flecha, lanzada seguramente por el azahar de un dios descuidado, ha ido a bendecir mi alma? Esta pasión, este deseo, ¿no son sentimientos que no soy digno de poseer?
¡Oh, diosa de la concordia, te lo ruego! Invoco a la infinita sabiduría que reside en su persona, que sea ella quien me libre de la duda que esta corroyéndome las entrañas.
La divinidad tras guardar unos segundos de silencio, formuló:
“Pobre necio. La respuesta que tanto anhelas no es más si no la revelación de cuan equivocado es tu planteamiento. Pues no es bendición lo que has recibido, tu corazón no ha sido atravesado con la dorada flecha del romance si no que tu alma esta siendo maldecida con la más cruel de las lanzas de los dioses de la discrodia. Pues no hay peor tormento que aquel amor que no puede ser correspondido”
1 comentarios:
Marc, tu lenguaje es cada vez más cercano al que usaba Góngora, allá por el siglo XVII.
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